lunes, 27 de septiembre de 2010

Ciudad y pueblo (I)

Hoy he vuelto a Sevilla, he dejado Chipiona por unos días (volveré pronto) y han salido a flote pensamientos que siempre habían habitado en el fondo de mi mente. Nunca me había enfrentado del todo a ellos, y se habían arremolinado en mi mente como un pandemónium pero hoy, superando la pereza, me dispongo a clarificarlos.

Sabido es que diferencias entre ciudad y pueblo hay muchas y no son pocos los mitos que se han ido formando a lo largo de los siglos. Tanto es así, que el adjetivo "pueblerino" para definir un pensamiento o actitud ha tomado un matiz peyorativo, cuando sólo debía ser diferencial.

Lo cierto y verdad, aunque me duela tener que decirlo, es que Sevilla me ha revitalizado. Me he reencontrado con buenos amigos que tengo aquí, con mi vida de estudiante, con otras facetas de mí mismo, con la independencia y con un ambiente estupendo.

Me ha devuelto sensaciones que en un pueblo (y más como Chipiona) no se experimentan. La primera de ellas es caminar sin sentirte observado. Más libre. Más tú. El embriagante sabor del anonimato. Tú y el mundo. Sin prejuicios ni ataduras. Sin actuar teniendo en cuenta que te miran y hablan de ti. No es la libertad plena -llevado al límite el sentirse un completo desconocido sería algo terrorífico-, pero en su justa medida es lo más parecido.

En Chipiona, por el contrario, existe una afición que es casi deporte local por meterse en las vidas ajenas. Un ejercicio en el que muchos están bien entrenados y ponen todo su empeño para ser los mejores. No es fácil, pues los competidores son muchos y hay que estar a la que salta para rápidamente difundir que "equis ha hecho ele (hay que vé)", que "tal está con cual (no je ci quizá)" o que "fulano estaba anoche con mengana en nojéonde". Créanme que más de uno merecería medalla si lo hicieran deporte olímpico.

Ir a tomarse unas copas a un bar es completamente distinto en ciudad que en pueblo. En la ciudad eliges tu compañía y disfrutas de ella al máximo. La exprimes sin miradas inoportunas y sin el típico pesado que se te pega como una lapa y que tienes que acabar por mandar al carajo. Incluso si eliges estar solo, tú, tu copa y tus pensamientos nadie tiene que tacharte de loco, ni de borracho empedernido. Eres uno más de tantos que riegan sus reflexiones con un poco de brandy, ron, whisky o ginebra (para gustos los colores).

Paradójicamente, echo de menos del pueblo e ir por la calle y saludar a la gente. ¿Cómo se puede disfrutar del anonimato y a la vez echar de menos ir por la calle saludando? Pues tal vez, porque hay mucha gente buena también en el pueblo. Hay buenas compañías, buenos conocidos y buenos amigos. Lo malo es que también hay saludos en los que se cuecen no pocas traiciones, habladurías, rencillas personales, envidias y vanidades.

Por eso, al entrar en la diatriba y pese a lo complicado de la decisión casi que la balanza se inclina por disfrutar del anonimato parcial que conceden las ciudades y las anchas calles, antes que por la invasión de tu vida personal que te asalta en la estrechez del pueblo. Cuando quiero buena compañía en la ciudad la encuentro, y no hay que soportar miradas ni comentarios fuera de lugar.

Sin embargo, a las primeras de cambio que puedo cojo y me vuelvo para Chipiona. No es que sea masoca. Es que soy yo y mis contradicciones. Además, mi mente tiene claro una cosa: que si vuelvo encadenado "a la condena de la vida en este rincón chipionero" (como cantara una de mis comparsas, en una letra que no hice yo sino Manu Castro) es porque en ella tengo lo que más quiero. Mi comparsa, mis mejores amigos, mi familia...y tú.